jueves, mayo 12, 2005

II El chico con fuego en su cabeza

Ariel camina por el medio de la calle dominado por su ausencia, las imágenes lo invaden y lo catapultan al lado más oscuro, allí donde su locura domina a la mente más poderosa fríamente controlada... La misma locura que ha espantado hasta la vertiginosidad del espíritu. No sabe por qué extraño designio busca a Eduardo, el chico con fuego en su cabeza, solo camina... pero ya no está allí sino muy lejos en un país de piel suave e inconmensurable. Interrumpe la charla el paso apurado de su mejor amigo, aquel que yace enterrado en la ciudad de las fieras, tiene la cara manchada de sangre y los ojos húmedos. Ariel lo sigue y una puerta se cierra frente a él, pero al instante se abre y allí está Augusto con sus ojos vidriosos como nunca antes. Ha regresado de la playa donde ha sufrido un trauma adentro donde nunca pensó que sucedería. Ariel abandona todo por su amigo, en la esquina lo espera Bernardo, un arquero del fuego; pero ni él ni las chicas del patio que juegan a la pelota lo pueden atraer hasta allí: la esquina donde años más tarde montarán una antena hacia el cielo, pero vista en un espejo. De hecho Ariel está dentro de un espejo y si quiere toma a la derecha choca con su izquierda. En la casa del Gordo Mathías encuentran refugio por un breve lapso en el que hablan eternamente de sus heridas y sus dolores, Augusto sufre y su sufrimiento se expande. Deciden salir y al querer doblar a la derecha Ariel choca con una puerta que cae y hace mucho ruido, tanto que una mujer despierta e intenta golpearlo con una pala, Augusto intercede junto con el Gordo Mathías que al verlos decide llevarlos en auto hasta su posible destino. En el auto solo se miran por el espejo retrovisor sin decirse nada, Mathías recoge a unas chicas en el camino y los deja frente a una plaza con juegos para niños pero sin niños. Toda la plaza del desierto está florecida con yuyos verdes intensos y flores amarillas... toda la ciudad del desierto está llena de verdes y amarillos surcados por autos rojos. Los mismos colores que lo hipnotizan y lo llevan hasta su profundo mar de oscuridad para luego despertar...
En la habitación oscura del fondo de la casa de su infancia, las ventanas están abiertas y es de noche, el peligro acecha, Augusto lo mira y no sabe cómo reaccionar. Ariel salta por la ventana y corre por detrás de la casa hasta el jardín del frente. El vitreaux de la sala está intacto como antes en sus días de niño... Su padre está en el jardín cortando rosas. En el galpón está el peligro y allí se dirige Ariel a enfrentarlo. Por la puerta del lavadero se asoma Augusto y lo mira con ojos de petróleo profundos y húmedos, pero no dice nada. El portón verde es inmenso y Ariel lo abre, pero al abrirlo solo encuentra oscuridad... la misma oscuridad de su mente y su alma. La ciudad del desierto lo cobija bajo la oscura noche, la luna ausente deja que las sombras se desplacen y lo rodeen, pero de lejos. Ariel observa la calle, sabe que está cerca el chico con fuego en su cabeza, Eduardo. Las casas son bajas y las calles de piedra, solo se escuchan los grillos de la noche que súbitamente se silencian. Desde el fondo oscuro de la calle avanza caminando Eduardo con fuego en su cabeza. Es cierto Eduardo tiene la cabeza encendida y si quiere incendia los pastizales y abrasa la ciudad del desierto con su fuego. Frente a él lo mira fijo a los ojos y le dice: No hay razones para la desesperación. Luego el fuego se extingue laxamente y cae en la oscuridad absoluta imposibilitado de avanzar. Solo sonidos de agua y un llanto que no es el suyo sino el de un niño pequeño, casi un recién nacido.
Al despertar se encuentra caminando hacia el oeste por el medio del desierto, supone que es el oeste porque el sol se aleja en esa dirección y lo persigue y lo corre pero nunca lo alcanza... y se hunde tras la cuchilla a lo lejos para luego reaparecer con su luminosidad que acaricia su cuerpo como dedos de mujer que lo descubren, pasa sobre él calcinándolo y sumiéndolo en la sed más reseca y cuando recuerda pro qué está allí el sol ya se va ocultando y lo persigue incansable de cansancio y sed hasta caer por un médano... a las profundidades de un agua dulce y fresca llena de vida... rodando por el médano hasta abajo, allí donde las serpientes dejan su rastro al arrastrarse... Ni la chica del fuego puede llegar allí para llevarlo hasta su cama cómoda y segura, ni Augusto puede manifestarle el dolor de barrotes y sombra... y la sangre sólo es suya. Abandona la desesperación para sumergirse en la frialdad de su mente, deja de perseguir al sol tomando la dirección opuesta: rumbo a la ciudad del desierto. En su camino se encuentra a un joven arrastrándose por el suelo y gritando de dolor ensangrentado y moribundo, delirando. Le falta una mano: la izquierda. Sólo tiene un muñón sangrante con papel de diario como compresas para detener la hemorragia. Pero no lo ve a Ariel y él cree que no debe acercarse porque en su rostro hay odio y maldad. Decide correr rumbo a la ciudad del desierto.
Tras mucho camino sin sueños despierto, Ariel llega hasta un alambrado tras el cuál pasa una ruta y decide caminar por allí y hacer dedo... En vano, nadie lo lleva. Un viajante en su camioneta se detiene y decide llevarlo.
- Te puedo dejar en el parador del desierto, allí voy a pasar la noche, hay un motel donde
quedarse. Viajo todos los jueves... y los martes de regreso. Paso casi todo el tiempo en la ruta, viajando siempre a los mismos lugares, sino la plata no alcanza y me muero de hambre. Y vos? De dónde sos?

En el parador del desierto Ariel decide entrar al baño y parado frente al espejo no se reconoce. Sus ojos son otros, su boca y nariz también, nunca antes había visto ese rostro, su rostro. En su cabeza suena un melotrón distorsionado. Un hombre Gordo con camisa y cara de preocupación sale del baño y se acerca a lavarse las manos. Mira a Ariel por el espejo y le dice: Toda una vida de sueños para esto... Luego se seca las manos con la máquina de aire, el ruido y el calor lo transportan a una playa donde las aguas tibias bañan sus pies mientras duerme cara al sol y sueña con piernas de mujer... Un seco ruido lo despierta, está frente al espejo aún, pero el gordo ya no está. En el salón del parador solo está el viajante comiendo un plato de ravioles mirando con cara de sorpresa y confusión. El mozo detrás del mostrador sostiene una copa y un repasador inmóviles, todo se ha congelado, se miran y lo miran a Ariel parado en la puerta del baño junto a un pasillo que da a la oficina del gerente. Ariel camina hacia la puerta entreabierta, ve un escritorio con una botella de whisky y un vaso medio vacío con dos cubitos de hielo... Al acercarse ve al hombre gordo descansando, sentado en su sillón... reconoce el reloj de oro que lleva en su muñeca... Al abrir la puerta observa la escena completa: la sangre, el arma, el suicidio de un gerente hasta las pelotas de deudas... La ventana está abierta y las cortinas se agitan con el viento del desierto... El encargado del expendio de combustible ingresa atemorizado...
- Qué fue ese disparo? – pregunta con la voz temblorosa.
Al ver a Ariel parado en la puerta le grita y se acerca pero él ve enemigos en todos los rostros y huye por la ventana a ocultarse en la oscuridad que le brinda la noche del desierto.
Huye de los patrulleros y las luces y las sombras amenazantes. Rumbo al final de la calle donde confluyen todas las edades y todos los tiempos, en busca del señor de la oscuridad.
En el camino un perro aparece y lo sigue de lejos, lentamente se va acercando pero nunca tanto. Ariel recuerda súbitamente sus amores con una mujer negra y se pregunta por qué su mente se ve asaltada de esa manera por el recuerdo de una piel diferente a la que el siente, que no es otra que la de la chica del fuego... y observa sus movimientos al sol y sus pies en primer plano para luego de subir por sus piernas desembocar en unos ojos que ya desconoce. Siente un sabor único invadiendo su boca y una sonrisa se le dibuja en su rostro ante el inminente recuerdo de un cuerpo que extraña y al cuál no sabe si regresará. Es en ese momento cuando se descubre tendido de espaldas sobre el pasto verde y a su lado un perro lo mira con ojos tristes y serenos... La chica del fuego le ha mostrado sus razones sin mentirle y él no puede diferenciar porque está ciego como aquel joven sin mano en el desierto. El perro lo seguirá toda la noche para luego huir calle abajo rumbo al desierto cuando despunte el sol y Ariel recuerde que tiempo atrás estuvo persiguiéndolo incansablemente loco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

el chico con fuego en la cabeza esta incendiando pastizales!!! un bombero por favor!!!

Funkangular dijo...

no bolo que se prende fuego el blog motherfucker!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

que fue de incansablemente loco??? vamos Sr de la Noche, conteste, te mando un mail con mi dirección nueva bolu así mateamos... besos verdes